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miércoles, 11 de julio de 2007

Harry Potter y la Orden del Fénix

Hoy se ha estrenado el último Potter cinematográfico (Harry Potter y la Orden del Fénix). La película transcurre con todo tipo de concesiones al género y permite que el actor principal se luzca (?) en su interpretación, que consiste básicamente en respirar con dificultad todo el rato, sudar mucho y parecer atormentado -única forma que encontró el director, David Yates, de manifestar la lucha por la posesión de la mente ajena y cuyo escaso momento de brillantez es la duda de Harry sobre si él mismo puede llegar a ser Voldemort-. (ESPOILER) El episodio explota -entre otros- el viejo tópico de la rebelión en las aulas. De hecho, uno de los ejes argumentales es la lucha entre dos tipos de enseñanza: la teórica -rancia, opresora y centrada en el libro- frente a la práctica -progresista, liberadora y centrada en la diversión- representada por Harry, que llega a convertirse en profesor y director de un Hogwarts paralelo -lo que no lo libra de unas duras clases particulares con Snape-. Todo ello porque los poderes están ciegos a la realidad que el héroe pone de manifiesto y al que pocos al principio creen. Sí, también se explota el tópico del héroe incomprendido. Harry es como este tipo de héroes un héroe épico, es decir, un personaje destinado a ser héroe, que no conquista nada más que una heroicidad que le era propia y su reconocimiento público. La incomprensión del héroe es en esta ocasión tan forzada que casi al final de la película, cuando el Ministro acepta que El que no puede nombrarse ha vuelto, hubo gente en la sala que se desesperó con un sonoro: ¡ahora se da cuenta!


El caso es que como siempre -en libro o en cine- Harry Potter no aporta precisamente originalidad, como puede verse en el texto de la ilustración (pulsa sobre ella para agrandarla), que demuestra cómo desde el principio Harry Potter no fue más que una versión de historias antiguas como Star Wars, que tampoco es muy original (por cierto, en este último episodio aparece algún guiño evidente a Star Wars, y si no, atentos).


A pesar de todo, la película no aburre en exceso y supone la oportunidad de ver a un Harry más crecido que ya se atreve a besar a una chica (que después lo traicionará, y a la que finalmente no hará ni caso tras saberse que fue obligada a delatarlo: amor de un fotograma que se llama).


Aprovechando la ocasión, para los amantes de la literatura de magia -que no de simple fantasía-, recomendamos sin duda la lectura de Jonathan Strange y el Señor Norrell, auténtica joya literaria de Susanna Clarke, que trata también el asunto de la lucha entre magia teórica y magia práctica. Gran libro -lo es en todos los sentidos- elogiado por todas las manos por donde ha pasado, una verdadera delicia en la que se mezcla con la magia, una frase elegante, una pose típicamente británica y la historia del siglo XIX, incluida la invasión napoleónica.
Nihil novum sub solem, no hay nada nuevo bajo el sol, pero mientras tanto nos divertimos, eso sí, y esperamos para dentro de poco más de una semana un nuevo impacto: la publicación de Harry Potter and the Deathly Hallows.

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